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Isla al Sur

MINUTERO DEL CAPITOLIO

MINUTERO DEL CAPITOLIO

José Luis López forma parte de ese grupo casi desconocidos de fotógrafos ambulantes que son un símbolo de nuestra Habana.

Texto y foto:
EDUARDO GONZÁLEZ MARTÍNEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Su ruedo de pelea no es ninguna valla hostil. La contienda de este “Gallo” con la vida es más complicada: un forcejeo con el tiempo que pretende arrebatarle su vieja Kodak de 1910. Así va, con la mágica caja a cuestas, remendando la obsoleta estructura para seguir realizando el sueño de cada día durante más de treinta años ininterrumpidos.

Allí, en la base de la escalinata imponente que señala la entrada del Capitolio cubano, José Luis Gallo Fernández  revive con su empeño una añeja práctica: la fotografía de cajón, arte en peligro de desaparecer.

Minuteros (por la rapidez en el proceso de revelado de las fotos) o ambulantes, son algunos de los nombres que le otorgan a esta estirpe indomable, empeñada en vivir aún su labor en blanco y negro, herencia de los padres fundadores del siglo XIX.
 
Solo siete de estos testarudos seres prosiguen el combate desigual, donde el ingenio común se empeña en suplir la escasez de piezas propias y la lucha por el papel  necesitado se vuelve indispensable. 

“Yo era desde joven un amante de la fotografía. Aunque no poseía conocimiento alguno, me fascinaron siempre las maravillas que se  podía hacer en ella, hasta colocarte en una imagen con cosmonautas.

“Pero tuve la suerte de entrar por medio de mi esposa, a una familia con una larga tradición de profesionales, y así pude dar los primeros pasos en este complejo mundo.”

Comenzaba la década del ochenta cuando el muchacho de apenas veintiún años llegó a las puertas del Capitolio. Sin estudios en la materia, Gallo- como le llaman cariñosamente-, empezó su batallar con una profesión difícil de conquistar.

“El padre de mi esposa decía que yo no tenía para salir adelante en esta complicada profesión. Hice caso omiso de sus palabras y le compré a un amigo una antigua cámara de principios del siglo pasado. La conservo aún en mi casa.

“Cuando llevaba seis meses solamente poniendo y quitando el papel, mi cuñado me trajo aquí para una práctica. ¡Aquello no fue para nada fácil! Le cortaba a la gente la cabeza, los brazos y las imágenes no salían bien, pero la habilidad la obtuve poco a poco, con el pasar del tiempo”.

Las dificultades del oficio son suficientes como para amedrentar a cualquiera, menos a este innovador que pone todo su ingenio en función de  mantener en buen estado los obsoletos aparatos y dar vida a la imagen.

“El cajón es de cedro forrado con formica para evitar la acción del agua. El fuelle que tiene es de la época, el mismo de su origen, pero el diafragma se le rompió y le coloqué un pedazo de lata de refresco que resuelve sin problemas la situación. Si no fuera así no podría seguir con mi trabajo, porque ya esas piezas no se producen hoy.

“También tengo un pequeño cuarto oscuro, nada especial, donde corto el papel que luego voy a usar en la impresión. Utilizo una lámpara de seguridad  hecha por mí hace varios años. Con esta y  un fondo rojo, un cristal y una lata de galletas, resuelvo el problema de la carencia de aparatos especializados en el proceso”.

Estos “cajoneros” cubanos, que se agrupan frente al Capitolio, realizan una labor bajo riesgo de desaparecer, pues no cuentan con apoyo por parte de ninguna institución y solo en ocasiones reciben ayuda de quienes requieren de sus servicios.

“La autorización para trabajar aquí no es ningún problema, pero otras son las dificultades que nos amenazan. El apuro mayor lo sufrimos con el papel de revelado, escaso y difícil de encontrar. Conseguimos pequeñas cantidades gracias a algunos de los turistas. Hace tiempo el estado nos vendió algunas cantidades, pero nunca más se ha vuelto a hacer y esto nos limita”.

En el lente de innumerables cámaras de los visitantes quedó estampada la imagen de los “minuteros”. También en una ocasión, una española de visita en la Isla realizó a lápiz un dibujo de José Luis, y lo llevó al óleo: “No encontré el sitio donde ella me dijo que estaba el cuadro expuesto,  en un lugar de La Habana Vieja; aún lo sigo buscando”.

El trucaje, maña tan usada en la fotografía moderna, no es ningún secreto para el viejo aparato, que sin el moderno Fotoshop, en cuestión de tres o cuatro minutos da vida a la imagen, guiado por las habilidades de “Gallo”.

“En los años ochenta las personas nos pedía montajes con personajes famosos como Bruce Lee y Maikel Jackson; inclusive, los 14 de febrero el montaje era sobre corazones. También para que en la foto de aquí salga la cúpula debemos hacer un truco, sí no aparece solamente la escalinata”.

Muchas son las personas que se retratan en el lugar y quizás ignoren que estos “cajoneros” cubanos son los protagonistas del documental ¡Quietos ya! Ellos, sin embargo, siguen su batalla contra el tiempo.

Sumidos en el olvido, perpetúan en la vida de la ciudad colonial una tradición simbólica. Por eso, si usted se toma una foto con la eterna Kodak de José Luis, no olvide nunca dejar su nombre escrito en el costado de la cámara, como tributo a todos los minuteros del Capitolio. 
     
FICHA TÉCNICA:

Objetivo central: Dar a conocer aspectos desconocidos del entrevistado y de la tradición que perpetúa cada día.

Objetivos colaterales: Averiguar datos singulares sobre el trabajo simbólico que realizan los fotógrafos de cajón  en Cuba.

Tipo de entrevista:

Por los participantes: Individual.
Por su forma: De citas.
Por su contenido: De personalidad.
Por el canal que se obtuvo: Encuentro directo.

Tipo de título: Llamativo.
Tipo de entrada: De retrato.
Tipo de cuerpo: De citas.
Tipo de conclusión: De opinión o comentario del entrevistador.

Fuentes consultadas:

Entrevistado y otros fotógrafos de cajón. Directas. No documentales.

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