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Isla al Sur

MÁS ALLÁ DE UN RECUERDO

MÁS ALLÁ DE UN RECUERDO

AURA CRISTINA VILLAMIL SABOGAL,
estudiante de quinto semestre de Comunicación Social,
Universidad Cooperativa de Colombia, sede Bogotá.

Allí se encontraba intacta  la vieja y útil campana que marcaba los tiempos de descanso y horas entre clases, a cargo de una niña llamada “Campanita”. Era una campana manual gastada, antigua y ubicada en el tercer piso de uno de los edificios. Muy bien situada hacía eco por todas las plantas, tanta era su eficacia sonora que fuera del colegio se escuchaba cada llamado.

En la última semana antes del  reencuentro con mis compañeras y amigas de colegio, sentía gran expectativa por saber de todas ellas, quienes aunque lo negaran, el tiempo y la distancia nos separarían. Sin embargo, los meses cambiaron nuestro aspecto físico, pero aún  conservábamos la ilusión  de que el interior siguiera  igual.

Un día antes solo pensaba en el traje que vestiría, pues debía mantener la imagen elegante y a la moda. Confieso que yo nunca fui de esta forma, jamás en mi vida me dejé llevar por las apariencias, pues bien dicen que ellas engañan, pero en este mundo tan clasista y puesto a juicio de lo material, se tiene que encajar. Era emocionante pensar en todos los cambios, tanto por experiencias como en madurez que hayan adquirido con el paso de los años.

La fecha de encuentro llegó. Muy puntual, a las dos de la tarde, ya estaba yo allí, entonces tuve tiempo de recordar y recorrer las instalaciones donde aprendí cosas útiles para mi vida. 

Se completaban cuatro años de no volvernos a ver. El colegio en su estructura física se mantenía  tal cual lo conocí, y sí que recuerdo cada rincón, pues estudié 14 años de mi vida: la primaria y el bachillerato. Conservaba todas sus particularidades, frío, húmedo, como con un siglo de antigüedad y con leyendas que recorrían en los tiempos de descanso. Los colores habían cambiado, en mi época de estudio eran tonalidades diferentes en cada edificio, donde sobresalía el verde, rojo y blanco, ahora muy al estilo de las monjas, café y blanco.

Muchas mejoras para la educación se habían realizado en mi ausencia, en especial, a nivel de implementación tecnológica en las aulas de clase, aún recuerdo el clásico método de enseñanza, el tablero y las carteleras de exposiciones. Podía observar y visualizar  todas las etapas de la adolescencia, pero más que todo ello recordaba los periodos de estudio, las risas, los momentos de tensión por los parciales y las lecciones de vida impartidas por las monjas, pues cuesta darle el primer lugar en la vida a Dios. Además de aquellas decoraciones en los muros de cada salón, se podía distinguir a simple vista cuáles eran el de las más pequeñas, hasta de las que ya partirían.

El momento llegó, eran las 2:45 de la tarde. Bajé a la portería, solo estaban tres jóvenes que alcanzo a recordar, de uno o dos grados antes cuando yo dejé de estudiar. Miré hacia la puerta de entrada, sonó el timbre y en un instante de ansiedad, el corazón me latía a mil por hora, tenía expectativa de cómo estarían mis compañeras y qué sería de sus vidas después de cuatro años. Doña Stellita, quien había trabajado toda una vida para las Hermanas, siempre con una sonrisa en su rostro, abrió la puerta: era mi amiga Diana.

Mi cara de sorpresa no se hizo esperar, a su lado traía un coche de bebé, entonces, sin medir consecuencias ni dejar los pensamientos obvios de un momento como ese, con los ojos le pregunté, ¿es tuyo? Ella sonrió y me dijo: "Hola Aura, te presento a mi hija, Salomé". Son esos instantes de la vida donde no se tienen las palabras para decir tantas cosas, y sencillamente respondí: "Es hermosa".

Diana estaba un poco subida de peso, con el cabello más largo, ya no tenía braquets, pero en el fondo yo aún la recordaba como la misma niña con muchos sueños por cumplir. Nunca continuó con las carreras que comenzó, y ahora quería estudiar y ser profesional para ofrecerle una calidad y estilo de vida diferente a su hija, pues aunque no fuera mala su situación actual, una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos.

Así contamos todo lo que ocurrió con nuestras vidas. Fueron tres horas llenas de recuerdos, sentimientos encontrados y risas. No quería que el tiempo terminara. Todo pasó tan rápido, y en un segundo el adiós, pero mi corazón marcó un nuevo encuentro y no una despedida final. Los lazos se habían fortalecido y la amistad volvió a florecer. 

 

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