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Isla al Sur

PISANDO EL ACELERADOR A FONDO

PISANDO EL ACELERADOR A FONDO

Jorge Menéndez es un ejemplo de cómo la vida puede dar un giro de 180 grados. Sobreponerse a las dificultades ha sido su gran éxito.

Texto y foto:
JORGE LUIS COLL UNTORIA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Jorge Menéndez transmite carisma a pesar de su condición. Nada escapa de su mirada cuando recorre las calles del barrio. Se muestra bromista y logra sacarle una sonrisa hasta a los más serios. Al salir a la puerta de la casa suele recibir el cariño y afecto del vecindario.

“Soy un jodedor y creo que por eso le caigo bien a la gente”. Todos le conocen por el apodo de “El pollo”, y no pude evitar preguntarle el porqué del sobrenombre: “A partir de los siete años empezaron a llamarme así, por un juego en el que había que mencionar un animal y yo siempre decía el pollo, entonces un amigo de la cuadra me lo puso de nombrete”.

Tiene vastos conocimientos y no es universitario. Vive en un hogar sencillo, humilde, con la hija y un nieto. Le digo que tiene azuquita porque todo el mundo habla con él aunque sea cinco minutos. En ocasiones he presenciado charlas que dejarían al más culto boquiabierto, mas no me callo y le pregunto: ¿Pollo, cómo sabes todo eso? “Leo mucho sobre historia y veo bastantes documentales”, dice con desdén, restándole importancia al asunto.

Ama el deporte y lo que más le apasiona es el fútbol. En partidos importantes más de doce personas han presenciado el juego en su casa, incluso varios vecinos llaman a la vivienda “la peña de Jorge”. Por eso, cuando falta, no se torna extraño escuchar por ahí: “Esta cuadra no es la misma sin El pollo”, pero muchos desconocen la historia de este hombre que le dio la batalla al alcoholismo y dejó atrás una silla de ruedas.

Comenta que desde pequeño quería ser chofer, cuando montaba en las guaguas miraba al conductor y al llegar a su habitación cogía las chancletas como pedales y el destupidor de baño de palanca, así podía pasarse horas.

Se acomoda los espejuelos y arranca, como poniendo la primera velocidad, con la historia de su adolescencia. Cuenta que fue becado al campo y no era buen amigo de las Matemáticas. Entonces, dos vecinos interrumpen, uno para discutir de fútbol y el otro, curiosamente, para preguntarle sobre un libro de Padura, uno de sus autores favoritos.

Con tono melancólico recuerda que trabajó en la Empresa Eléctrica. “Me iba bien, hasta fui chofer”. Rememora que siempre estaba de cabaret en cabaret y tomaba todos los días hasta convertirse en alcohólico. Tuvo dos accidentes, e incluso fue a la cárcel.

Se acomoda una vez más los lentes y, como aplicando el freno de mano, hace una pequeña pausa para conversar de la parte más dolorosa de su vida. “El segundo accidente fue un desastre. Según los médicos, era para que me hubiera quedado en una silla de ruedas por siempre. Todo eso lo provocó el alcohol”. Vuelve a ajustar los espejuelos, parece no percibir este gesto, y cuando habla sobre el accidente gesticula muy fuerte, dibujando una escena cuya imagen no logra olvidar.

Con voz entrecortada reconoce que eso lo afectó muchísimo. “Estaba en muy mal estado, andaba sin zapatos, pasaba semanas sin bañarme, lo perdí todo y me dije que no podía seguir así. Fui a un hospital y estaba lleno de parásitos, claro, de tomar tanta gente de una misma botella”. Apoyado en el tratamiento y la ayuda de su familia, luchó contra esto y desde 2006 no ha probado una sola gota de alcohol.

De momento, un pequeño niño atraviesa la puerta como un bólido, a máxima velocidad, “es mi nieto Jorgito”, dice orgulloso. Afuera, dos jóvenes vienen a llamarlo. “Mala hora escogimos para la entrevista”, dijo. Y pisando el acelerador a fondo, entre gritos y bromas, armó una discusión sobre fútbol.

Pie de foto: Jorge se siente agradecido de tener una segunda oportunidad.

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