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“SANTIAGUITO” EL MENSAJERO

“SANTIAGUITO” EL MENSAJERO

Santiago Núñez Núñez es ahora campesino, pero en su juventud fue mensajero de los rebeldes en la Sierra Maestra, uno que recorría las montañas con los ojos cerrados.

Texto y fotos:

MABY MARTÍNEZ RODRÍGUEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Es fácil encontrarlo arando un pequeño trocito de tierra o vigilando a los carneros que se escapan por la rendija del portón. Quizás se le escuche recitando una décima para matar las largas horas en el campo o conversando con el perro Pototo.

En apariencia es el típico campesino con ropas manchadas de tierra y cuerpo de acero, endurecido por el constante esfuerzo físico. Pero detrás de la frente sudorosa, de los callos y la sonrisa constante, esconde una juventud repleta de anécdotas de cuando vivió en las montañas del oriente cubano.

Cuando la tranquilidad de la Sierra Maestra todavía no era perturbada por forasteros, en el corazón de la Sierra, arrullado por el canto del sinsonte y por la frescura de un arroyo, nació en 1940 el menor de los ocho hijos de Francisco y Manuela: “Santiaguito”.

El matrimonio tuvo a los primeros siete hijos en finquitas a la orilla del camino, pero bajo la amenaza de la cercanía del peligro y el cansancio del constante andar, decidieron comprar con los ahorros una finquita en Taita José, donde nació Santiago Núñez Núñez.

La estancia en el ranchito se hizo placentera, según la tierra fue dando sus frutos y se prolongó por 12 años. El niño “Santiaguito” creció con la agilidad de una liebre y la fortaleza de un toro. Para cuando la hermana mayor enfermó, el niño ya sabía todo sobre el trabajo en el campo, conocía los beneficios y males que abundaban en la zona.

No pasó mucho tiempo antes de la mudanza, la tranquilidad que tanto le había costado alcanzar a la familia Núñez, se vio alterada por la muerte de la hija mayor. El médico más cercano estaba en Manzanillo y las consultas eran muy caras, los padres no tenían el dinero. La ignorancia y la pobreza nunca les permitieron saber qué enfermedad le arrancó a la niña de los brazos.

La única mesa de la casa se convirtió en la caja donde enterraron a Sofía. Santiaguito ayudó a su padre a desarmarla y le vio llorar como si cada astilla que se enterrara en su mano, se le clavara también en el corazón.

El nuevo hogar fue otra finquita en la Loma de la Victoria, armaron la casita cerca del único camino del lugar. “Santiaguito”, creció siendo responsable y obediente, donde había que trabajar para comer no cabían malcriadeces.

-¿Eran muy pobres? “Todos lo éramos, la pobreza no dejaba más opción que endulzar el café con una caña de azúcar. Eran tiempos donde las malangas y los boniatos eran los manjares más degustados por los campesinos”, cuenta Soledad, la esposa de Santiago, mientras cuela café.

Ya para el año 1957 la Sierra Maestra era territorio de los rebeldes y los casquitos monitoreaban la zona cada vez con más frecuencia. “Tenía 13 años cuando escuché hablar de Fidel por primera vez, pero lo vi con 17 años. Se apareció en mi casa con cuatro soldados, mi mamá, que ya estaba adaptada al ir y venir de gente por el bohío, les dio agua y café. Iban para altos de Mompié.

“Mi primo mayor, Ramoncito, se ofreció a servir de guía para llevarlos y le dijo a Fidel que le cargaría la mochila, el Comandante se negó y le dijo que si no podía con la de todos sus compañeros, con la de él tampoco”.

A medida que trascurrió el año 1957, la casa de los Núñez se convirtió en uno de los santuarios para los rebeldes. Cada vez más “alzaos” la utilizaban para reponer fuerzas y continuar el viaje hacia las montañas.

“Santiaguito” comenzó a familiarizarse con los alzados, ya todos lo conocían y con el paso del tiempo comenzó a ayudarlos. La madre cocinaba para las postas esparcidas por todas las montañas mientras el muchacho, ahora con 17 años, llevaba las provisiones hasta su destino. Comenzó a colaborar como guía para aquellos que venían del llano con la intensión de unirse a los rebeldes.

“Dice papá que correr por el monte y arar la tierra eran sus únicos ejercicios y que por eso está tan saludable y fuerte”, dice el hijo menor de Santiago Núñez, a quien ahora todos llaman “Santiaguito”. Sin dejar a un lado la guataca, toma un sorbo de café para regresar luego a su tarea.

En unos cuantos de sus recorridos se topó con los casquitos y tuvo que jugar con el ingenio para poder librarse del aprieto. En una ocasión le quitaron su yegua y la trotaron hasta cansarla, el pobre animal no aguantaba más. Santiago cortó la soga que sujetaba la improvisada montura y agarrando al caballo por las crines escapó. El casquito cayó al suelo y juró que esperaría allí su regreso, pero él no regresaría por aquel camino, el bosque era su casa.

Núñez guarda el recuerdo de cuando conoció a Camilo y al Che, estaba arando la tierra con el padre cuando la madre lo llamó y lo mandó a buscar agua. Dos de los principales dirigentes de la guerrilla iban a pasar la noche en la casa.

“Camilo era muy familiar, conversaba mucho y les decía a mis padres: “mama” y “papa”. El Che era más callado, siempre observando las lomas y pensando, analizaba todo”.

En una de las visitas de Camilo este descubrió una guitarrita colgada de un clavito y cuando supo que pertenecía al hijo menor de la familia, invitó a Santiago a tocar un “soncito” y lo acompañó con dos cucharas a modo de claves.

Con casi 18 años, “Santiaguito el mensajero”, como comenzaron a llamarle, intentó unirse a la tropa de Camilo, pero siempre recibió por respuesta una negativa: “No habían suficientes armas y tenían que guardarlas para los hombres que venían del llano, pues no podían regresar porque los mataban. Me dijo que era de más ayuda entregando mensajes y comida, así le ahorraba el disgusto a la vieja”.

Llevaba los mensajes en la gorra cabezona que tenía y la mayoría de los viajes los daba a pie, no quería que se repitiera la historia con los casquitos. Nunca comió en los pelotones, aunque muchas veces lo invitaban, no creía correcto arrebatarle la poca comida que tenían.

La Plata, Cinco Ranchos, Mompié, no había lugar lo suficientemente lejos o intrincado, ni las inclemencias del tiempo lo retrasaban. No hubo un mensaje que no lograra entregar.

A mediados del 1958 se incorporó a la tropa del teniente Roberto Fajardo, que se estableció en la finca de los Núñez. Fue mucha la batalla que dio para que el teniente lo aceptara en su pelotón, pero no lo hizo, siguió haciendo los recados y espiando a los “casquitos”.

Para cuando triunfó la revolución, Francisco, el padre, ya había muerto. Manuela y los cuatro hijos que aún vivían con ella, se mudaron a Minas del Frío y Santiago se incorporó al regimiento de la zona. Bajo las órdenes de Aldo Santamaría Cuadrado pasó un curso de tanquista y cuando lo solicitaban servía de guía para las brigadas de alfabetizadores en su escalada hasta el Turquino.        

Fue asignado a una compañía que embarcó hacia Camagüey, donde estuvo hasta 1972. Allí se casó con su primera esposa y tuvo dos hijos, pero la relación no funcionó y pronto partió para Santa Clara junto a su compadre y amigo José Patricio Valles Valey.

“Partió dejando atrás a su familia y nada le dolió más, pero era terco y quería hacer todo lo posible por esta revolución. Cuando volvió a Camagüey su exmujer se había casado y él le dejó la casa que el estado le había otorgado. Se podía haber quedado a terminar su vida tranquila, pero quería seguir trabajando. Nos fuimos para Matanzas a trabajar en la construcción La Paloma en el municipio de Los Arabos”.

Tan lejos de sus raíces y con el dolor de nunca haber podido aprender a escribir se retiró del ejército y comenzó a trabajar en el central España Republicana, en Perico, donde continua viviendo. A lo largo de su trayectoria le otorgaron varias veces el título de “Cortador Millonario”, por llegar al millón y medio de arrobas de caña.

A Soledad la conoció en la zafra del año 1984, era cocinera de uno de los pelotones. Ella nació, al igual que él, en las montañas del oriente, eso le recordó su tierra natal y fortificó la relación. Nunca aprendió a leer o escribir, pero su mujer le enseñó lo básico de las matemáticas.

Ahora vive tranquilo, complacido por lo que ha alcanzado en su vida, aunque de vez en cuando la tristeza lo invada y le haga recordar la belleza de los montes, el trino de los pájaros y la frescura del riachuelo que lo vieron nacer.

Lejos del ajetreo al que estaba acostumbrado, solo se entretiene cosechando el pedacito de tierra que tiene atrás de su casa y viendo pastar a los carneros, que cuida como si fueran miembros de la familia. A veces agradece la tranquilidad, pero nada más que para improvisar una décima, que luego su nieta Taina le anota para presentarla en los concursos.

“Lo que él considera una debilidad y que en cierta forma lo es, le ha dado una memoria increíble. Nunca lo he visto mirar un papel cuando recita una de sus rimas. Yo lo ayudo desde que lo conocí, cuando ingresó en la Asociación de Combatientes”, dice Pedro Luis Falcón, repentista periqueño, al momento que le da las migajas de pan a los desesperados patos que cría en el traspatio.

Los diplomas otorgados por la casa de cultura de la localidad se amontonan con el paso de los años, merecedor de distinciones como la de “Viajera Peninsular” y muchas otras, aún lo llaman para que participe en eventos alrededor de la provincia.

Miembro honorario de la Asociación de Combatientes del municipio y considerado uno de los más activos por el presidente de la organización, Rodrigo Rizo Villar, “contagia a todos con su entusiasmo y no falta a las asambleas y menos a una guardia, siempre contando historias de la Sierra, algunas propias, otras de sus conocidos”.

La nieta sonríe, “el abuelo, ni con un libro te alcanza para contar su vida. Sus hazañas no fueron muchas, o eso dice, porque no pudo tirar tiros, pero yo digo que es un héroe, que nunca se va a desprender de los recuerdos, los va contando y aunque no esté en campañas siempre lleva su camisa verde”, sonríe la niña y acaricia al pobre Pototo que deja de ladrar, como si lo arrullaran cual niño pequeño.          

Pie de fotos: 1-Santiago Núñez Núñez, quien con solo 18 años sirvió de mensajero para los rebeldes en la Sierra Maestra; 2-Ahora, jubilado, vive una vida tranquila cuidando de sus carneros y su finquita y de vez en cuando cuenta una que otra historia de su pasado.                               

LA MECÁNICA DEL OFICIO

LA MECÁNICA DEL OFICIO

La formación empírica de Nemesio García Pérez fue premiada con más de 40 condecoraciones, entre las que destacan: Vanguardia Nacional del Trabajo por 24 años y de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) por seis años.

ELIN DRIGGS LUZARDO,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Fotos: Autora y cortesía del entrevistado.

“La recuerdo vestida de blanco, con un pelón negro que le llegaba a la cintura.Era la primera vez que la veía, dejé mi trabajo y fui a meterme con ella. Qué va, más terca imposible, reviró los ojos y no quiso saber nada de mí. A los poco días me la tropecé de nuevo, la monté en mi camión y aproveché que se viró de lado y le di una buena nalgada. ¡Esa trigueña me traía loco! Con mayor intensidad me dio un señor trompón que me picó toda la tarde.

“Cuando aquello trabajaba en la zafra del 70, en la construcción de los caminos por donde iban a transportar la caña. La brigada acampó en el poblado de Campio, enCiego de Ávila, y allí vivía ella. Un día pasé con mi camión por el frente de su casa y el jardín estaba llenito de flores, bien cuidado, pero demasiado pegado a la carretera; yo no iba a quedarme con el golpe, viré el timón y arrasé con todas las matas. Muchacha, qué candela me busqué, hasta su padre salió a ver qué sucedía, pero claro, él no sabía que andaba enamorado de su hija. Después de ese día ella me vigilaba por la ventana, y cada vez que pasaba, yo le tocaba el claxon.

“De ahí, fui a su casa a arreglar la planta eléctrica, nos hicimos novios y nos casamos el 7 de mayo de 1971; pero ella todavía me recuerda aquel suceso del trompón, dice que yo siempre fui atrevido”, me cuenta con la nostalgia de quien quisiera virar el tiempo atrás. Nemesio Antonio García Pérez se llama, y su duro bregar por la vida no disminuyó el amor por aquella trigueña de pelo negro, ni melló su ánimo de trabajador y revolucionario.

Oriundo del poblado de Jamaica, muy próximo a San José de Las Lajas, actual provincia de Mayabeque, nació el 20 de febrero de 1943. Enfrentó la vida laboral con solo seis años de edad como peón en la Finca Villa María, donde repartía 60 pomos de leche a diario por seis pesos al mes.

Regla, la madre, por un peso tenía que lavar, planchar y almidonar enormes bultos de ropa de un miembro de las Fuerzas Armadas de la Marina que vivía cerca de la familia. Antonio, el padre, era jornalero. Trabajaba, por dos pesos mensuales, para una empresa americana como especialista en canteras; por eso fue Nemesio, con el salario que ganaba, quien compró la dentadura postiza de su madre.

“Nuestra primera casa estaba en el Callejón Real; de tabla de palma, guano y piso de tierra. Dormíamos en hamacas y por la mañana teníamos que enrollarlas, si no papá nos caía a palo. Yo quise mucho a Pipo, cuando crecí me di cuenta del trabajo que pasó para cuidar de nosotros”, no oculta su emoción al hablar del padre y le resulta difícil dialogar cuando recuerda la familia.

Así de “sencilla” transcurrió la vida de aquel niño que abandonó las viejas alpargatas, que hasta ese momento lo habían acompañado, para usar zapatos por primera vez a los 14 años. Y se los puso para llevar grampas a casa del médico Bebo y pinchar la llanta de los carros de los secuaces del dictador Batista; porque a esa edad, Nemesio formaba parte de una célula de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio.

Es en la adolescencia cuando empieza a dar los primeros pasos como ayudante de mecánico en el taller de Diego Febles; oficio que más tarde, y por el resto de su vida, lo consagraría y llenaría de éxitos personales.

Un buen profesional en cualquier esfera requiere, para su formación, de varios años de aprendizaje académico, tanto teórico como práctico. Para Nemesio Antonio no sucedió de esa manera: no hubo escuela técnica, ni universidad; sí empeño, sacrificio y mucho talento natural.

En 1967, por un llamado de la Revolución, se incorporó a la Brigada Invasora Ernesto Che Guevara como mecánico principal de los equipos de construcción y transporte que se emplearon en la realización del mayor proyecto vial del país: la Autopista Nacional.

La obra fue varias veces visitadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien pidió conversar directamente con Nemesio Antonio sobre el estado técnico y reparación de las maquinarias pesadas.La dedicación y calidad del trabajo del mecánico conmovieron al Comandante, que le hizo entrega, para su uso personal, de un taller móvil moderno, del cual fue el único responsable.

“Al llegar a la Loma de la Campana, en Villa Clara, dejó la construcción de la carretera.Todos sufrimos su ausencia. También tuvo la posibilidad de llevarse el regalo del Comandante, pero prefirió dejarlo en la brigada para que la faena fuera terminada. Nunca conoceré a otra persona más humilde y sencilla que Nemesio”, comentó Cecilio Castro García, actual obrero en el Ministerio del Transporte.

A principio de los años 70, el Gobierno Cubano decidió comprar nuevas máquinas e inició negociaciones con la firma italiana Fiat para reemplazar los antiguos Richard.

El presidente Fidel Castro lo mandó a buscar para pedir su opinión sobre cuál de los dos equipos eran mejores para la productividad. Luego de un intercambio de criterios llegaron a la decisión final: los buldóceres y camiones de volteo italianos eran superiores.

La revisión de la técnica en prueba estuvo a cargo de Nemesio. Muchos fueron los defectos encontrados como la ubicación de los radiadores de los camiones Fiat, los cuales renovó con una innovación, copiada después por los fabricantes que la incorporaron a la producción futura y nunca le pagaron la patente por el invento.

El representante de la firma le ofreció dinero, el precio que fuera con tal de que no descubriera más defectos: “Ni por todo el oro del mundo traicionaré mis principios y la confianza de mi Comandante”, esa fue su respuesta. Por indemnización, la Fiat tuvo que entregar a Cuba más de 70 000 dólares.

Al terminar sus responsabilidades en la autopista, pasó a trabajar en la Empresa de Construcciones de Obras de Ingeniería No. 5 (ECOING 5), donde ocupó cargos administrativos, sindicales y políticos, hasta su retiro en el año 2004.

“Ante las dificultades del taller, en las plantas de asfalto o con las maquinaras ubicadas en obras de importancia lo hemos llamado y ha dado el paso al frente para repararlos. Siempre necesitaremos de los conocimientos que posee”, manifestó Carlos Acosta Cordoví, director de la ECOING 5.

La empresa le orientó la tarea de viajar a Italia para especializarse en equipos de construcción de la marca Writen y le encomendaron la misión de comprar la primera máquina fresadora de asfalto en la vía y la posterior capacitación en Cuba del personal que la manipulara y arreglara en casos de roturas.

“Como Nemesio no hay dos. Era el jefe del taller y siempre estaba lleno de grasa. Si necesitabas algo de él tenías que buscarlo debajo de un camión, un buldócer, un cilindro o una pavimentadora. Era difícil verlo en la oficina”, aseguró Pedro Argota González, ex jefe de mecanización de la ECOING 5, ahora jubilado.

En Etiopía, cumplió misión internacionalista durante la guerra, en el área de transporte; primero como mecánico y después como conductor de tanques y jefe de pelotón y compañía; lo que le valió un certificado de reconocimiento por su participación, dado por el Ministerio de la Fuerzas Armadas Revolucionarias y firmado por el Comandante en Jefe. “Es uno de mis más grandes tesoros, después de mi mujer, claro”, exclamó Nemesio hinchado por el orgullo.

“Vamos para 45 años de casados y mejor esposo imposible. Somos uno solo para todo, solo nos hemos separado por el cumplimiento continuo de su trabajo, en el país o fuera de él, aunque una vez me llevó a la desaparecida Unión Soviética porque ganó un estímulo laboral”, expresó su esposa, Tomasa Sosa Medina.

Después de Etiopía, se fue a Nicaragua como mecánico de los equipos de la brigada cubana de construcción, y más recientemente, ya retirado, asistió a Angola contratado por la firma Antex.S.A.

“Ahora tiene sus problemas de salud: ya no es un muchacho, por eso tengo algunas peleas con él, descuida sus dolencias, con fiebre quiere irse a trabajar. Aún no ha aprendido a decir no a las personas que piden su ayuda. El día que no lo veo con algo de mecánica entre manos, sí me preocupo de verdad. No pudimos tener hijos y el cariño de la familia nos reconforta, pero soy feliz a su lado”, continuó su trigueña adorada.

La formación empírica del mecánico fue premiada con más de 40 condecoraciones, entre las que destacan Vanguardia Nacional del Trabajo por 24 años y de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) por seis años; recibió en dos ocasiones las de Hazaña Laboral y Jesús Menéndez; Combatiente Internacionalista de Primer Orden.También fue reconocido por sus más de 25 donaciones de sangre y con la distinción Lázaro Peña de Segundo Grado.

“Todos esperábamos que le dieran el título más codiciado, pero al final no sucedió”, expresó Calixto Galeano Ramírez, director del departamento de asfalto del Ministerio de Construcción. Nemesio fue propuesto para ser merecedor de la distinción de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, trámite que demoró para finalmente no consumarse.

“Al solicitar la jubilación perdió el vínculo laboral necesario para que una condecoración tan importante como Héroe del Trabajo le fuera otorgada”, aclaró Pedro Díaz Rocha, jefe de cuadro y secretario de base del Partido Comunista en la ECOING 5.

“Nunca estuve de acuerdo con esa decisión. Su larga hoja de servicio tenía que ser recompensada”, afirmó Osvaldo Fernández Páez, ex chofer de grúas de la ECOING 5.

¿Y la opinión de Nemesio? “Agua pasada. No quiero hablar de eso. Solo sé que la mecánica es mi vida.”

Pie de fotos: 1-En la actualidad, dedica su tiempo a atender a la esposa, aunque sigue vinculado con la mecánica; 2-El honor de condecorarlo con su segunda medalla Jesús Menéndez lo obtuvo su adorada trigueña; 3-En su tiempo como mecánico activo, era difícil verlo en la oficina, siempre estaba debajo de alguna maquinaria arreglándola.

EL HOMBRE DE VARIOS CAMPOS DE BATALLA

EL HOMBRE DE VARIOS CAMPOS DE BATALLA

René Fuente Cintado (Renito), artemiseño de 76 años, es protagonista de una intensa historia militar y artística, luego de liberarse del analfabetismo.

Texto y fotos:
TU CU THI THANH,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Hasta los 21 años, el artemiseño José René Fuente Cintado no sabía escribir ni su nombre. Hoy, se desempeña como repentista, funge como historiador del municipio Güira de Melena, escribe para la radio y actúa en el teatro, pero antes que todo es un poeta. Este hombre sintió la poesía en lo más hondo del alma, ha dejado en todas partes una estela de respeto, admiración y cariño.

Nacido en el municipio de Güira, el 3 de agosto de 1940, todo el mundo llama a José René Fuente por otro nombre: “Renito”. Ahora, cuando vemos al fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en Artemisa, resulta difícil imaginarse que ese hombre era totalmente iletrado antes de la Campaña de Alfabetización de 1961.

Él no llama la atención cuando alguien lo ve por primera vez, porque luce como cualquier persona común. Sin embargo, detrás de la forma pensativa y reticente del intelectual, hay una gran historia llena de luchas y sacrificio, lo que no es conocido por mucha gente.

Renito, el combatiente de alma artística

José René se incorporó a las milicias de la Revolución en 1961, participó en los combates de Playa Larga y Girón, fue militar en varios campos de batalla. Después se convirtió en soldado permanente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), desde donde pudo llegar al teatro.

Luego de seis años en las FAR, regresó a su pueblo natal. “Estaba cansado de la vida militar y de estar de aquí para allá por todo el país. Entonces pasé a la vida civil y me casé aquí, en Güira de Melena”, señaló.

Sin embargo, ese miliciano que “estaba cansado” pasados solo diez años, en 1976, se fue a Angola y dedicó otros dos otros años a la vida militar. “En ese tiempo, yo todavía estaba pequeña, él se fue a pelear a otro país, podía regresar o no. Fue una etapa muy difícil y la alegría más grande era cuando llegaba alguna carta o noticia suya”, relató Niurka Fuente Borrego, hija de Renito.

Un analfabeto de versátiles talentos

Renito cursó distintas escuelas con su esfuerzo propio y logró el grado máximo del sistema de enseñanza. Después pasó un curso de actuación del Ejército en La Habana, montó obras de teatro en toda Cuba y también, por ese tiempo, culminaron sus estudios.

Ingresó al Consejo Nacional de Cultura en 1964 por un curso del Ejército, del que cuenta con orgullo: “No me dio grado, pero me dio un nivel grande de conocimiento y de aprendizaje”. Ese mismo ánimo le alcanzó para ser el segundo mejor graduado de Filosofía de la Universidad de La Habana un poco después.

“El único que no sabía dónde estaba parado era yo, que tenía sexto grado, pero me pasé el año entero estudiando. Además, descubrí algo con la alfabetización: la sed de lectura. Creé el hábito y me encantaba”, compartió el hijo artemiseño sobre algunos momentos de su vida estudiantil.

Además, fue presidente de los pioneros en Güira. “Desde que llegué aquí no me dejaron poner los pies en la tierra. Me pusieron de director de cultura municipal y también dirigí la Juventud Comunista. No hubo paz conmigo, me sacaron para cuadro profesional del Partido, estuve 25 años de una cosa en otra”, afirmó el guajiro.

Como en la vida militar, también en el ámbito civil siguió superándose y sacó la licenciatura en Ciencias Sociales. Tras graduarse fue a ocupar un cargo administrativo en el municipio de Alquízar, y estuvo trabajando en una escuela 18 como profesor de Filosofía e Historia Universal.

Los trabajos no le faltaron. Salió de la educación y se ocupó como historiador del Museo Municipal porque el Partido lo convocó cuando en Güira hacía falta. “Toda mi vida transcurrió en esto, la cultura y el trabajo político”, refirió Renito.

“Es una persona culta y preparada, domina cualquier término. En Güira de Melena, él es una personalidad. En la cultura cubana, es una personalidad. Escribió nuestra historia completa, pero no se le ha dado a su trabajo una divulgación con carácter nacional, lo que tiene solo es reconocimiento en el municipio”, aseveró Juan Carlos García, psicopedagogo de Güira.

En 2011, cuando se implementó la más reciente división político-administrativa, este hombre de inagotable energía fundó la UNEAC en la nueva provincia de Artemisa y se convirtió en su presidente, ya trasciende las fronteras de Güira.

“Renito posee una gran calidad como artista y una tremenda fidelidad como político. Además de su actitud revolucionaria y constancia en el trabajo, él ante todo nunca ha virado la espalda por las migajas que pueda darle alguien. Pienso que él se merece mucho más que lo que le hemos dado”, expresó Néstor Gilberto Morales Morera, artista independiente y amigo de Renito.

René Fuente también colabora con el periódico artemiseño, escribe para dos emisoras radiales: Radio Rebelde y Radio Ariguanabo. Además, en ocasiones dictó conferencias en el Museo de la Alfabetización de La Habana. “Me tienen registrado allí como un caso excepcional, soy un intelectual diferente porque fui analfabeto durante más de 20 años y ahora dicto conferencias, enseño a los demás”, concluye y sonríe.

“Para mí, fue un placer haber trabajado con él durante estos años. Yo lo admiro y respeto muchísimo, la relación laboral era muy buena y siempre se preocupaba por mis problemas en el plano personal. Si hoy estoy yo aquí, es gracias a él”, dijo Elena Castellón Borrego, secretaria de Renito en la UNEAC.

El poeta repentista    

Este artista pertenece al Ministerio de Cultura y a la empresa artística Antonio María Romeu. Comenzó su vida artística como repentista en 1955. “Yo empecé a escribir porque de toda la vida me han llamado la atención las letras, aun siendo analfabeto. Después que me alfabeticé, me di cuenta de que podía escribir algo”, aseguró.

“Conocí a René en las actividades que se hacían en el patio de la UNEAC, cursos de repentismo en los que enseña poesía y da talleres. Ha adquirido su conocimiento por la cantidad de horas dedicadas al estudio, a leer y a ver tantos programas informativos”, aseveró Nelson García Álvarez, compañero de Renito en la UNEAC.

No fue formado por ningún profesor ni carrera literaria, pero tiene la aptitud, lo empírico y el amor para la poesía, además es una persona apasionada y autodidacta, poco a poco Renito ha conformado su estilo.

El amor, la naturaleza y también temas recurrentes como el medio ambiente, el dolor y la decepción son las temáticas de sus poemas. Su poesía trata los elementos interpretados que sugieren al lector, tiene diversidad de formas: décima, soneto, romance, redondilla…, todas están marcadas en su mundo poético.

Entre los libros publicados, el que editó el 20 de marzo de 2016 la Editorial Artemiseña, Tiempo recuperado, se encuentra con un aire diferente, trata de la misma vida de su autor, hace alusión al tiempo perdido cuando fue analfabeto y los años de internacionalista en la República de Angola.

Erróneamente se le ha encasillado exclusivamente como repentista-decimista; sin embargo, no es solo la décima la composición poética que más lo desvela, sino el soneto, por eso fundó el Evento Nacional del Soneto.

En poesía de carácter social, en soneto fue donde el artista alcanzó el primer premio. Fue ganador provincial de la Jornada Cucalambeana en ocho ocasiones y también venció con el trabajo investigativo “Presencia del campesinado güireño en la gesta de liberación nacional”, el cual estuvo propuesto para Evento Nacional de 2001.

Además, mereció varios homenajes como la Medalla 25 años de artista aficionado (1987), Segundo Premio Provincial en Décima (1989), Premio de la Popularidad (1997), Premio en el Concurso Internacional Cuba-Canarias (1997 y 1998), Mejor repentista de la provincia La Habana (1992), Premio Nacional de Testimonio con la obra “Dos campesinos en dos tiempos” (2000).

“Mantiene una hermosa relación con la familia, les hace décimas, poesías, en cada uno de los momentos importantes de su vida. Le hizo una décima a su hija, a todos sus nietos, él llega a su casa y se sienta a escribir, donde siempre está”, refirió Lianna Sotolongo Fuente, nieta de Renito.

¿Dificultades?

“Yo he sido una gente que he aprendido a saber cuándo pueden aparecer determinados obstáculos, enfrento todas las cosas, no con la soberbia crítica esa que tanto abunda, sino tratando de ayudar en la solución de dichos problemas. Ningún camino está exento de conflictos y menos en un país como Cuba con grandes dificultades económicas”, confesó Renito.

Sobre sus defectos contó Zonilda Borrego Martínez, la esposa: “Todos tenemos fallas, la única manera de pensar que no tenemos defectos es cuando somos irracionales. Renito es muy incisivo con las cosas, muy reiterativo. Además, aunque no lo parezca, también es explosivo y enérgico hasta en la manera de decir las cosas. No le gusta que lo engañen, necesita la sinceridad”.

Esta es la vida de un hombre que superó 20 años de ignorancia para, desde abajo, con una dedicación admirable, convertirse en intelectual y hasta héroe, no solo de Güira, sino del pueblo angolano y de la poesía revolucionaria.  “Poeta de la Revolución”, así le gusta a Renito que le llamen.

Pies de fotos: 1-La Editorial Artemiseña publicó a Renito el libro Tiempo recuperado, en este 2016; 2-René Fuente es protagonista de una armónica relación familiar.    

MANOS DE PIANISTA, OJOS DE ÁGUILA Y CORAZÓN DE LEÓN

MANOS DE PIANISTA, OJOS DE ÁGUILA Y CORAZÓN DE LEÓN

Juan Correa Vera, cirujano del Hospital “Ciro Redondo García”, de Artemisa, lleva 46 años salvando vidas dentro y fuera de Cuba.  
    
ERIKA ALFONSO VILLAR,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Fotos: Autora y cortesía del entrevistado.

Con apenas 29 años, José Ramos Machado creía que se acercaba el final de su vida por el abrupto retroceso de su salud. Estar desde la infancia postrado en un sillón de ruedas con encefalopatía, hipertensión, distorsión abdominal y torácica, además de un trastorno de vesícula que le impedía comer cualquier alimento, eran las razones de su desconsuelo. En el municipio pinareño de Guane, muchos conocían el sufrimiento de la familia de José, sobre todo, cuando la Comisión Quirúrgica de Alto Riesgo del Hospital “Abel Santamaría” dio el caso como inoperable por la deformación de su cuerpo.

Un golpe de suerte apareció en su vida. Conoció a Juan Correa Vera, en ese momento cirujano de dicha institución médica. “Desde que lo vi, supe que debía operarlo aunque fuera difícil, pues al tener desviación en la tráquea necesitábamos un tubo endotraqueal curvo y no lo había en el hospital. Hablé claramente con la familia y ellos lo arriesgaron todo, como yo, porque si la cirugía salía mal podía perder mi título”, relata el especialista.

El pasillo del salón de operaciones estaba más concurrido que de costumbre. Familiares y amigos vinieron desde Guane para despedir a José, en caso de que la intervención fallara. Según los médicos, existía un 99 por ciento de probabilidades de que no la rebasara.

“Asunto de vida o muerte” fue el título del periódico Guerrillero en su edición del 7 de febrero de 1997 para narrar el caso. En 10 minutos, el doctor Correa extirpó la vesícula obstruida por 12 cálculos. La recuperación sería decisiva, pero en solo 48 horas Martha llevó a su hijo de vuelta a casa.

“Hoy, después de 19 años, José sigue vivo y goza de buena salud. No existe regalo más grande que tenerlo a mi lado. Le agradezco su vida al doctor Correa, quien nunca dudó en afrontar ese reto tan complejo. Puso la vida de un desconocido por delante de su carrera profesional”, dice Martha Machado Valdés.  

Entre dos vidas

Agradecida eternamente estará Martha de este cirujano, nacido el 7 de enero de 1945 en el Valle de Isabel María, cerca del territorio vueltabajero de Viñales. Correa fue uno de los primeros en esa localidad en estudiar para obtener el sexto grado. Cuando llegó a la Superior -hoy secundaria básica- limpiaba botas y vendía guayabitas del pinar para la compra de los libros y el pago diario de los viajes hasta Pinar de Río.

Al terminar esa enseñanza, cursó el bachillerato en el campamento de Tarará y después matriculó en Medicina. “Empecé a estudiar en 1963 en la capital. Con el tiempo me alisté en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y empecé a estudiar en el Hospital “Carlos J. Finlay”. Siendo aún estudiante me integré al equipo quirúrgico y al graduarme en 1970, opté por la especialidad de Cirugía”.

Del primer matrimonio, con Ulpita Marrero Martínez, nacieron su hija Gianni y su hijo Lucky. Para Correa ambos son la razón de su vida, “el regalo más grande no es ser cirujano, es ser padre”. Gianni Correa Marrero, la hija mayor, tampoco concibe vivir sin él. A pesar de tener su familia en Matanzas, siempre encuentra un espacio para verlo y demostrarle lo mucho que lo quiere.

Con Lucky, Correa tiene una estrecha relación, a pesar de que nunca pudo aceptar que dejara su carrera de Estomatología y fuese a vivir a los Estados Unidos. “El tronchó su futuro. Aquí no tendrá los lujos que hay allá, pero esta Revolución le ha dado todo. Yo sí que no voy a traicionarla por nada”, revela Correa con ojos entristecidos.

Llevar la vida de padre y esposo, junto a la de médico y militar, siempre le costó sacrificio a Correa, pero trataba de no descuidar sus responsabilidades. En 1978 partió hacia una maniobra de las FAR en Matanzas. En medio del ejercicio, un soldado tuvo un fuerte dolor abdominal que resultó ser una apendicitis aguda. Cuenta que hubo que intervenirlo de urgencia en el salón de operaciones especializado para trabajos en campaña.  

Él guarda celosamente una deteriorada página del semanario Girón, que no precisa fecha, en la cual se evidencia que esa fue la primera ocasión en que se utilizó un equipo quirúrgico de campaña en Cuba. Fue enviado desde Alemania y contaba con instrumentos suficientes para atender 12 casos en 16 horas.

Un suceso que marcó su historial médico fue la operación de tórax y vesícula, mediante la técnica de rayos láser, en el Hospital “Mario Muñoz Monroy” de Matanzas, el 11 de mayo de 1985. Era la primera vez que se aplicaba este método fuera de la capital.

La edición del diario Granma del 12 de mayo de 1985 refleja que los primeros casos intervenidos en Cuba con láser fueron un nódulo de mama, una litiasis vesicular y una fístula pilonoidal. Todos se realizaron en el Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas (CIMEQ), de La Habana.

A fines del pasado XX, Correa quedó viudo. Su esposa, que sufría desde hacía varios años una parálisis, falleció de un infarto. “Su muerte fue muy difícil para los niños y para mí. Yo tenía tanto trabajo que no pude dedicarle el tiempo necesario. Siempre me lamentaré y sentiré una deuda con mis hijos, pues nuestro vínculo cambió cuando me casé por segunda vez”, confiesa.

Su segundo matrimonio fue con Hilda Hernández Carmona, en ella vio su nueva fuente de vida. “Juan me operó de una histerectomía. Desde entonces mantuvimos una relación de amistad hasta que nos enamoramos. Hemos compartido situaciones adversas y favorables. En 2001 estaba en Mozambique de misión y sufrió un infarto. Enseguida me llevaron desde aquí hacia Sudáfrica, donde lo iban a atender. Fue un momento muy duro”, comenta su esposa.

Un humano como cualquier otro

La bata blanca, que Hilda guarda en el armario después de planchar, espera impaciente que Correa la ajuste a su cuerpo para dirigirse al Hospital artemiseño “Ciro Redondo García”, donde trabaja desde 2002. Como también espera Isbel Ernesto, su nieto de corazón, que llegue la tarde para mirar el béisbol junto a él. Son las 7:15 pm y ambos ya están discutiendo quién será el equipo victorioso. Correa siempre apuesta por Pinar del Río, y se impacienta cuando Isbel quiere explicarle las reglas del juego, como si él las ignorara.

En las mañanas enciende un cigarro, va hacia el patio y llama a Yamila Hernández Aguilera, la vecina, para que le dé un buchito de café. Ella relata que tiene la costumbre de debatir con su papá sobre la pelota y cuando regresa del trabajo lo busca para beber un traguito de ron. “Fuera de la Medicina, Correa es un hombre común y corriente”, menciona Hernández Aguilera.  

“Es como un muchacho. A veces se va con los jóvenes de la cuadra a pescar o se pone a conversar con ellos sobre la importancia de los estudios. A mi nieto Isbel lo persuade para que deje la computadora y coja los libros. No entiende que han cambiado los tiempos”, señala Hilda.

Eduardo Lanz Hernández no es solo su vecino, también fue su paciente hace 10 años, cuando lo operó de una apendicitis. Dice estar muy agradecido de él por su profesionalidad y, sobre todo, por ser un amigo con quien siempre puede contar.

También para el doctor Misael Placeres Armas, la gratitud será eterna. Correa fue su maestro y ahora su compañero en el hospital. “A veces trabajamos en circunstancias críticas. Un día llegó un herido por arma blanca y el profesor Correa me ayudó en el caso. Cuando extirpábamos el riñón hubo un corte eléctrico y terminamos de operar con una lámpara recargable”, refiere.  

“Amo la Medicina, pero el sacrificio de esta profesión no es muy valorado. A pesar de que hemos mejorado en varios aspectos, seguimos trabajando en muy malas circunstancias. Muy pocos hospitales tienen condiciones apropiadas para atender bien a los pacientes. A veces por falta de equipo especializado no podemos hacer nuestra labor”, refiere Correa.

Más allá de las fronteras

Cien Horas con Fidel, compendio de entrevistas realizadas al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz por el periodista francés Ignacio Ramonet, recoge cómo comenzaron en la Isla las misiones internacionalistas. En 1961, de los 3 000 galenos que tenía Cuba, salieron hacia Argelia 40, iniciando la colaboración médica con los países del Tercer Mundo.

Los compromisos altruistas allende los mares no han escapado de este septuagenario hombre. El primer territorio al que llegó fue Guinea-Bissau, durante una misión militar en 1976. Luego lo esperaban Angola, Etiopía y Argelia. De todos los países africanos el que más le impactó fue Mozambique. Allí vio cosas muy duras. “No podía temerle a nada. El cirujano tiene que tener ojos de águila para verlo todo, manos de pianista para trabajar con rapidez, y corazón de león para aguantar las situaciones más extremas”, confiesa.

Un caso peculiar para Correa fue el de la paciente que tenía un higroma quístico o linfagioma quístico cervical, enfermedad que según la Revista de la Sociedad Otorrinolaringológica de Castilla y León, publicada en marzo de 2012, produce tumores benignos compuestos por quistes, localizados mayormente a nivel cervicofacial.

“El tumor pesaba 16 libras y tapaba casi todo su rostro. La operación era sumamente complicada porque en esa zona están las arterias del cuello. Hablé con su familia del riesgo que corría y estuvieron de acuerdo con intervenirla. Todo salió bien y la madre para agradecerme me dijo: ‘Llévate a mi hija para Cuba, no puedo pagarte con nada más’. Yo solo sonreí”, revela Correa visiblemente emocionado.

Hace cinco años colaboró en Venezuela. “Recuerdo el paciente con nueve tiros en el abdomen que llegó al hospital, en el estado de Vargas”. Correa lo operó de urgencia, pero siguió muy grave. “Cuando me llamó para saber si vivía le dije que sí. No lo podíamos creer”, comenta Lorenzo Fernández Oliva, especialista en Medicina General Integral (MGI) y subdirector del Policlínico “Gregorio Valdés”, de Cojímar, en La Habana.

Debido a su edad, Correa ya no hace guardias, pero siempre está esperando el momento de vestirse y ponerse los guantes para entrar al salón a salvar una vida: “Mientras tenga fuerzas aquí estaré. El retiro llegará el día en que estas manos tiemblen ya no puedan sostener los instrumentos de la cirugía”.

Pie de fotos: 1-A la izquierda, Correa preparando el equipo de rayos láser para operar en el Hospital Militar “Mario Muñoz Monroy”, de Matanzas; 2-Especialista en Cirugía, Juan Correa Vera, actualmente trabaja en el Hospital General Docente “Ciro Redondo García” de Artemisa.

UNA MUJER DE LUCHA

UNA MUJER DE LUCHA

En la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de La Universidad de La Habana, la doctora en Ciencia Thalía Fung desempeña labores imprescindibles por su dinámica y conocimientos, su capacidad para distribuir los trabajos y aportar iniciativas.

Texto y fotos:
DUNG TRAN THUY,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

“Rin, rin, rin…”, (está timbrando del teléfono).

-¿Quién es?

-Buenas tardes, ¿es Thalía Fung? Yo soy Dung, estudiante de Periodismo. Estoy haciendo un reportaje sobre una historia de vida de alguna persona ilustre y me gustaría hacerlo sobre usted.

Sí, cómo no. Pero hoy no puedo porque estoy enferma y casi me impide hablar  (Tose).

-Bien, ¿puede ser el miércoles en su casa?

Sí. Cuando llegues aquí, llámame.

El día señalado, una señora mayor con una sonrisa, me abrió la puerta. “Entra, tú eres Dung, ¿verdad? Mucho gusto”, dijo educadamente.

Thalía Muklan Fung Riverón, natural de Santiago de Cuba, es una especialista en el trabajo científico en Ciencias Políticas y Presidenta de la Sociedad de Filosofía Cubana. Ha escrito muchos libros y alcanzado innumerables éxitos. Su existencia es una mezcla de sangre cubana y china, pues su padre era del Gigante Asiático y su madre de la Mayor de las Antillas. Actualmente tiene 81 años de edad.

Un largo camino

Elisie Plain Radcliff, su amiga de hace muchos años, comentó que “ella nació para trabajar y así lo ha hecho en Cuba y en otro países, como Colombia, China, Corea del Sur, México…”.

Thalía Fung cuenta con resultados en prestigiosos centros universitarios: “Soy Doctora en Ciencias Filosóficas (1977), graduada en la Universidad de Lomonosov, en Rusia, además de licenciada en Derecho, en la Universidad Oriente, y de Lengua y Literatura Francesa en la Universidad de La Habana (UH). Asimismo, laboró como Profesora Titular Consultante y de Mérito de la UH, “fui fundadora del Tribunal de grados científicos en Ciencias Filosóficas, el cual presidí durante 10 años”.

Ha recibido numerosos reconocimientos por su actividad científica, docente y política y más de 25 medallas entre las que destacan la 250 y 280 aniversarios de la UH, Por la Educación Cubana, por los aniversarios de la Alfabetización y la medalla de los filósofos del Estado Búlgaro: A eso se suman otros galardones como las órdenes Carlos J. Finlay y Frank País de primero y segundo grados.

“Recientemente, impartí conferencias magistrales en la Feria del Libro de Holguín sobre mi libro Enfoque Sur, y en el evento territorial de la Escuela Provincial del Partido “Jesús Suárez Gayol”, de Las Tunas”.

La vida en Moscú

En un momento, Thalía Fung caracteriza su época de residencia en Moscú, donde realizó parte de sus estudios, y evoca visiblemente nostálgica: “Puedo decir que me fue muy bien, amé al pueblo de Lenin, al que venció al fascismo, a su cultura artística y su literatura, al interés de su gente por el teatro, por la música, por la lectura”.

Al igual que el resto de los estudiantes extranjeros, tuvo muchas dificultades: “Aunque yo fui becada para obtener mis grados, los problemas económicos, el comunicarme en una lengua diferente, el desconocimiento de hábitos y costumbres me afectaron como estudiante.

“Y agradezco lo que significó para mi patria, no el estudio de las disciplinas sociales, sino el salto que para muchos especialistas en tecnología y ciencias básicas reportó el trabajo en la Unión Soviética, que a fines del siglo XIX ya poseía una escuela de Matemática de las mejores del mundo.

“De todos modos, la mayor dificultad que tuve fue el trasladarme con 101 kilos de libros desde Moscú a La Habana, lo cual hice en un barco mercante ruso y las peripecias que originó la travesía”.

Su familia, su disfrute y su temor

“Mi madre era cubana, Rita Julia Riverón Delgado, y mi padre, nacido en Cantón, Juan Fung Chee-Kwang. Estoy muy orgullosa porque tengo dos sangres combinadas en mi cuerpo.

“Ambos significaron mucho porque alentaron siempre mis resultados, no se opusieron a mis intereses profesionales, aunque para mi padre especialmente, fue el hecho de que hubiese obtenido el mejor expediente en el bachillerato y en la Universidad el reconocimiento de mayor grado.

“Él no me transmitió conscientemente tradiciones y formas chinas de comportamiento, de todos modos, en el ADN se fijan rasgos que no dependen de la conciencia. Me he sentido identificada con la grandeza de un país como China, las vicisitudes de su pueblo y su gran revolución”.

La primera impresión cuando uno entra en su casa es que ella tiene muchas muestras de recuerdo de sus visitas a países con gran historia: Brasil, Vietnam, Corea… Las estatuas pequeñas están organizadas con esmero, ubicadas por diferentes culturas en las mesas. Podrían compararse con sus propios antepasados: de un lado está la mítica tradición china y del otro las cálidas costumbres afrocubanas.  

“Ella vive sola, yo siempre vengo para ayudarla y cuidarla cuando tengo tiempo libre, el fin de la semana o en momento como ahora, que ella está enferma”, expresó David Marrero Fung, su único hijo, quien es ingeniero constructor naval y labora en las Astilleros de Casa Blanca.

Karen Marrero Rivera, su nieta, opinó con afecto: “Desde niña venía a visitarla. Realmente la quiero mucho. Una vez tuve dificultades con Matemática en la carrera, fue como un choque en la Universidad. Si no fuese por mi abuela y su apoyo, habría sido imposible. Le agradezco su preocupación y su consejo oportuno. Últimamente, con su enfermedad, se me hace vital verla”.

-¿A qué le teme Thalía Fung?

A la agresión sistemática del hombre a su otro yo, la Naturaleza.

-¿Qué es lo que más detesta?

La pérdida de tiempo, la mentira y el no reconocer el valor de los otros.

-¿Qué es lo que más disfruta?

La música de buena calidad, el ballet clásico, la lectura y, en particular, debatir con mis colegas.

-¿Equilibrio entre las labores hogareñas  y las tareas profesionales?

Nunca he disfrutado las tareas hogareñas,  las cuales no son más que el segundo trabajo de la mujer. De cualquier forma, en la casa lo que más me gusta hacer es ver la televisión, en particular el béisbol, y si no juega mi equipo Santiago, yo elijo otro transitoriamente.

Saberes compartidos en los libros

“Yo escribí y participé en algunos trabajos y artículos como Filosofía Política y Filosofía del Derecho: interacciones; La sociedad civil internacional y global ¿unitarias o antinómicas?; Las metadialéctica: metabioética y metapoltología; Reflexiones y Metarreflexiones políticas, de la Editora Félix Varela. Igualmente fui autora del libro El estudio de la Nueva Ciencia Política (2005). Este obra fue seleccionada por la ONU entre los nueve libros más destacados sobre el estado en América Latina.

“En la Revista Internacional Marx, Ahora, he publicado una serie de ensayos, por ejemplo: Ciencias políticas y marxismo en Cuba. Indagaciones; en la Revista Internacional Critical Thought, Routledge, Taylor and Francis Group se incluyó mi texto Inclusive Thought for the 21st Century from Marti´s America, London”.

En una de sus publicaciones, titulada Ser cubano hoy en el mundo es tener prestigio ante la resistencia, el sitio digital Cubarte expone: “Thalía Fung es una mujer de vasta cultura y para quien el estudio e investigación en casi todas las esferas de la vida académica son fundamentales, en especial en lo que atañe a la Filosofía Marxista-Leninista. Su capacidad intelectual y su alto sentido del deber docente la han convocado desde hace algún tiempo a crear y tomar las nuevas riendas pedagógicas que este mundo cambiante exige, y con ellas ha logrado —y lo continúa logrando—, aunar conciencias y saberes dentro y fuera de nuestro país”.

Incansable compañera y amiga

“Buena vecina, agradable y siempre atareada, como cederista es muy activa, y lleva los hilos de la ideología en el barrio. A pesar de ser silenciosa, aconseja y orienta las cuestiones fundamentales como coordinadora del Consejo de Vecinos. He visto con frecuencia subir a su casa a los alumnos que ayuda en la realización de tesis”, expresó su vecino, Elio Rodríguez Cuella.

Juan Azahares Espinal, profesor de Filosofía y compañero de trabajo de esta docente, declaró que “dentro de la Facultad de Filosofía, la Doctora Thalía es de la personas necesarias e imprescindibles por su dinámica y sus conocimientos, sobre todo su capacidad para distribuir los trabajos, para aportar iniciativas que, a pesar de su edad, mantienen esencias emprendedoras. Si la definiese con una palabra, ella representaría la lucha, por su ejemplo permanente. Es incansable y leal a su profesión y  sus amigos”.

“Thalía fue mi profesora y luego pasamos a ser compañeras de trabajo. Es una magnífica persona, intelectual, revolucionaria y humana. Ella es líder en la construcción de una ciencia política: Enfoque Sur. Además de su inteligencia y su humanismo, su capacidad y tesón en el trabajo la hacen especial: es incansable en su labor, no solo por la edad con la que aún trabaja, sino por la intensidad con la que lo hace”, aseveró Marta Pérez Gómez, profesora y amiga.

“Sólo soy una profesora”

Hablar con Thalía Fung es descubrir a una persona humilde, que no se vanagloria de su importancia en la sociedad. En estos momentos, del derecho, la filosofía y la ciencia política se siente más comprometida con esta última, dada su dimensión en el comportamiento contemporáneo de grupos, partidos, líderes, masas y sociedades e, inclusive, en su afectación a la naturaleza.

Cuando le pregunté: ¿qué se siente ser una mujer ilustre?, me dijo: “Yo nunca me he considerado una mujer ilustre, sólo soy una profesora, una maestra”. Más allá de sus numerosas contribuciones para desarrollar las Ciencias Políticas y Filosóficas cubanas, y ser una profesional de referencia en la rama, su modestia resalta por encima de cualquier premio o distinción.

Pie de fotos: 1-La investigadora asegura haber colocado todos los conocimientos en función de la sociedad; 2-Algunos de los libros publicados por Thalía Fung.

“ME MANTIENE VIVA”

“ME MANTIENE VIVA”

La pedagoga cardenense Silvia Fernández Janeiro ha consagrado toda su vida a la educación cubana. Su etapa más feliz fue cuando dirigió la Escuela Primaria “Carlos Manuel de Céspedes” durante 30 años.

ANDY JORGE BLANCO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Cuando toda Cuba estaba en vísperas del año 1934 y el municipio matancero de Cárdenas aún se recuperaba del desastroso ciclón del 33, nació en esta ciudad Silvia María Fernández Janeiro, una mujer que vería a su país transitar del “analfabetismo pavoroso” de la época, como lo definiera Martínez Villena, a una educación con bríos, de la que fue protagonista.

Nuestro encuentro se produjo en su casa durante dos días, siempre a la misma hora: cuatro y treinta de la tarde, como si después de jubilada esta maestra de primaria aún respetara el horario docente.

Silvia, la segunda de una familia de cuatro hermanas, hija de un obrero azucarero y un ama de casa que criaba puercos en la Segunda Guerra Mundial, recuerda que tuvo una infancia feliz y añora los días en que Lola, su madre, se levantaba a las seis de la mañana para llevarla junto a los vecinos a la playa, La Sierrita.

“Uno de ellos, Manuel del Cueto, organizaba un equipo de baloncesto de muchachas por la noche y yo, que estaba flaquita y malita cantidad, me incluí en ese grupo que practicaba el deporte”, recuerda.   

Quizás nadie imaginaba que una niña nacida en el machadato podría convertirse en una directora extraordinaria de escuela ni en Maestra Destacada del siglo XX que, a sus 82 años, me confiesa su historia en un horario que dedica a leer la prensa y un capítulo de libros de historia o novelas.

“La Universidad era muy cara y tuve que estudiar en una escuela para maestros hogaristas en Matanzas. Allí aprendí Artes Manuales y me gradué en 1953, cuando el asalto al Moncada. Había mucha represión”.

En aquellos años, según cuenta en su testimonio titulado “Eternamente maestro”, escrito para el Concurso Literario “Frank País”, amanecían estudiantes jóvenes y obreros perseguidos y muertos, el presupuesto escolar era robado por los gobernantes de turno y los maestros no tenían trabajo; pero la suerte parece siempre estar del lado de los grandes, de los que se sacrifican en tiempos de tiranías para hacer cumplir sus sueños.

Con 19 años terminó sus estudios y fue seleccionada alumna eminente, por lo que se le otorgó una plaza de maestra: “La directora me alertó de que había muchachas, novias de trabajadores de Batista, que querían quitarme ese puesto, pero no lo lograron”.

Dice que en la Escuela Pública de Cantel, centro que marcaría el comienzo de “una pedagoga ejemplar”, como la cataloga el dirigente revolucionario Luis Díaz Campos, el trabajo se tornaba difícil al existir escasez del material escolar y aulas con pocos niños.

En aquella época Fidel Castro escribiría La historia me absolverá en la que expresaba que “el alma de la enseñanza es el maestro”, y añadía: “A los educadores en Cuba se les paga miserablemente (…) Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar. Ningún maestro debe ganar menos de doscientos pesos”. Silvia Fernández ganaba toda una “fortuna”: ochenta y nueve.

El teléfono de su casa sonó entonces por primera vez. Después, perdí la cuenta de en cuántas oportunidades el ¡ring-ring! interrumpía la conversación. Del otro lado una amiga le preguntó por su salud, ella respondió que, exceptuando su problema en las rodillas, se sentía bien, dijo que estaba como Fidel, con la mente clara.

La etapa más feliz en la vida de Silvia Fernández Janeiro fue durante los 30 años que dirigió la Escuela Primaria “Carlos Manuel de Céspedes”, desde 1962 hasta su jubilación; sin embargo, su comienzo en aquel centro, la prolongación de su casa, no fue del todo favorable.

“Yo no sabía nada, salí del aula para una dirección, y tuve que aprender de directores con experiencia, pero tenía deseos de trabajar. Cuando llegué a mi escuela muchas personas me acogieron con cariño, otras, las que no eran revolucionarias, me tildaban de comunista.

“Un día recibimos la orientación de entrevistar a todos los maestros y preguntarles si abandonarían el país. Hubo ocho que lo afirmaron. Al día siguiente no podían seguir trabajando. Esa misma noche busqué ocho madres combatientes para cubrir las aulas.

“Recuerdo que en poco tiempo hicimos el comedor, un refugio para 200 niños, la cerca, y con la aplanadora dentro de la escuela creamos un terreno deportivo de asfalto. Todo con la colaboración de los padres, trabajadores y alumnos que voluntariamente brindaron horas de noche y fines de semana”.

Antonio González Gordillo tiene 70 años y es el papá de Angioly González Delgado, quien cursó sus estudios primarios en la “Carlos Manuel de Céspedes”, Escuela de Apoyo del Ministerio de Educación y la primera en la provincia de Matanzas en ser seleccionada Modelo en 1988. “Los padres amábamos esa institución y reconocíamos el trabajo que, con bondad y exigencia, hacían Silvia y su colectivo en la formación de nuestros hijos”, evoca.

A la siempre directora muchos vienen a verla, algunos pasan por la acera y la saludan, otros entran a darle un beso. Es algo que la hace completamente feliz y lo confiesa. Ella recuerda el nombre de todos.

“Se paraba en la puerta a recibir a sus alumnos, rigurosa, pero dulce, con una elegancia tremenda”, dice Andrés García Gutiérrez, quien estudió en “la escuela de Silvia” junto a sus tres hermanas, de preescolar a sexto grado.

-“Yo era bonita, ¿no es verdad, Andresito?”

-“Eso no tiene que preguntarlo, si todavía lo es”.

A sus 82 años brilla con luz propia como dice Pablo Milanés, porque Silvia Fernández Janeiro es una excelente comunicadora, una persona inteligente, cariñosa, jaranera y, también, una señora hermosa y presumida, que aún viste elegante y sencillo. Cuenta que a veces aparece algún señor y le dice: “Oye, como tú me gustabas”.

Irmina Chiong García tiene 79 años y fue maestra de la escuela “Carlos Manuel de Céspedes”, una mujer que parecía maga más que educadora porque todos sus alumnos tenían la letra igual a la suya, algo sorprendente para las visitas ministeriales: “A nosotras nos daban telas en una tienda y al otro día ella venía con su vestido, hecho por sus propias manos”.

Desde pequeña Silvia aprendió a coser, tenía dos vestidos que alternaba los domingos: “Siempre dije que cuando trabajara iba a tener mucha ropa, y después di clases de Corte y Costura, en las que me enseñaron también a bordar, y aún lo hago. Fue importante en mi formación profesional Isabel de Amado Blanco, una profesora muy bonita que vestía impecable; ella me sirvió de modelo. Comprendía entonces que el maestro es el espejo del alumno”.

“Recuerdo cómo conversábamos minutos antes del matutino y cuando llegaba Silvia, grande, con aquellos tacones, todos hacíamos silencio; no tenía que decir una palabra. Su presencia imponía respeto a los que estudiamos en esa inolvidable escuela”, dice Gelsys Sardiñas Lima, quien interrumpió la conversación para saludar a la maestra.

Silvia Valdés Marrero es madre de Lázaro y Yumary Morejón Valdés, que estudiaron en la “Carlos Manuel de Céspedes”. Habla del humanismo de la directora: “Mi esposo trabajaba en otro lugar y yo le dejaba al varón en su casa para que ella lo llevara a la escuela. Los padres recordamos a Silvia Fernández con admiración”.

La maestra vive sola. Sus hermanas emigraron a Estados Unidos antes del triunfo revolucionario de 1959, su hija, nieta y bisnieta están en México hace algunos años, y su esposo y sus padres fallecieron.

Le leí un fragmento de su testimonio “Eternamente maestro” que decía: “Tengo mis heridas que el tiempo no ha curado, pero que se van suavizando”. Ella dijo que ya ni recordaba esas palabras, pero afirmó que se refería a su familia en Cuba: a su madre, su padre y su esposo, los que vio apagarse poco a poco, a su familia fuera del país.

“No es fácil vivir solo, pero hay que acostumbrarse, jovencito. Yo no vivo en soledad porque tengo muchos amigos, incluso algunos dicen que mi casa es su meprobamato. Hay momentos en los que extraño. La familia se necesita siempre”, dice. Los avatares de su vida familiar y su propia labor como directora la han hecho una mujer fuerte.

Carmen Olazabar Moya fue auxiliar de limpieza; hoy tiene 80 años y aún así dice que Silvia es como su hija: “Jamás regañaba a un trabajador en público, cerraba la puerta de la dirección y no se escuchaba nada”. Onelia Rodríguez Artigas también lo afirma: “Nunca maltrató a nadie. Cuando va a la escuela en fechas señaladas siempre nos habla de la unidad del colectivo”.

La destacada pedagoga cardenense -merecedora de la Distinción por la Educación Cubana y por los 25 años de la Unión de Pioneros de Cuba, las medallas Rafael María de Mendive y de la Alfabetización, por citar algunas, y el Título Honorífico de Hija Ilustre de Cárdenas- recuerda una de las visitas de la entonces viceministra de Educación, Asela de los Santos.

“Cuando culminó la inspección expresó: ´Si yo tuviera un hijo pequeño quisiera que se educara en esta escuela´. Fue una etapa de oro en el sector, yo vi a la educación cubana a la altura de las mejores del mundo”, dice con nostalgia.

Armando Hart –manifiesta Orlando Moreno Ysa, director regional de Educación en 1969– expresó en una reunión: “Dime cómo es tu director y te diré cómo es tu escuela”, y precisamente los resultados de “Carlos Manuel de Céspedes” se debe a que Silvia supo trabajar con los alumnos, el claustro y la comunidad.

Vuelve a sonar el teléfono. Esta vez es su sobrina de Nueva Jersey: “¿Te gustó mi carta?... Sí, la escribí a mano para no perder el control muscular. Aquí tengo a un muchachito de lo más gracioso que me ha hecho cantidad de preguntas y, ¿sabes?, contestarlas me mantiene viva”.

Pie de fotos: 1-Después de jubilada, a sus 82 años, Silvia Fernández Janeiro parece ser aún la directora de la Escuela Primaria “Carlos Manuel de Céspedes”. Alumnos, padres y maestros que estuvieron vinculados al centro vienen a saludarla; 2-Encuentro con Asela de los Santos en el Cine-Teatro “Cárdenas” el 23 de agosto de 2012, en el acto nacional de la Federación de Mujeres Cubanas.

SIMPLEMENTE COMPANIONI

SIMPLEMENTE COMPANIONI

Después de los 70 —dicen algunos— debe andarse con cuidado porque «todo te cae arriba» y «la memoria patina». Para este profesor e historiador de la Estomatología desde hace cincuenta años, la edad no ha sido un obstáculo.

JUNIOR HERNÁNDEZ CASTRO,
Estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Fotos: Cortesía del entrevistado.

Cuando Félix Companioni llegó a La Habana tenía 23 años. Ahora tiene 75, y en unas horas serán 76. El veterano profesor ríe como un niño, y afirma que la edad no importa, mientras se tenga el corazón joven, la mente clara y las ganas de ser útil: «Chico, ¡si yo gozo de mis 25 años! Bueno, tres veces 25, más uno».

La tarde-noche del 16 de abril (2016) ha sido movida. Falta poco para el cumpleaños, y los invitados van llegando a su casa en Diez de Octubre. Un señor canoso reposa sobre un sillón. Es el hermano de crianza, Manuel Pérez Mercón, «Loli», quien ha recorrido media Cuba solo para asistir a la fiesta. «Yo vengo en abril a festejar su cumpleaños, y él viaja en agosto hasta Las Villas, a celebrar el mío», asegura. Dice «Candín» —apodo de la niñez de Companioni— que cuando regresa de la visita, trae el carro tan lleno de mangos que tiene jugo para tomar durante el resto del año.

Hablar con Loli es como viajar en el tiempo, es revivir los antiguos pasajes de la niñez y la adolescencia, etapas tan lejanas del presente, como distantes están hoy Félix Companioni y su pueblo natal: San Juan de los Remedios.

Travesía temporal

Félix Alberto Companioni Landín nació en el poblado de Remedios, antigua provincia de Las Villas, en un bohío con piso de tierra y techo de yaguas. Era el mayor de cinco hermanos, y desde pequeño le apasionaba estudiar: «La maestra me permitía entrar a la escuela, aunque yo no llevaba zapatos. El aprendizaje, para mí, era algo primordial», confiesa.

Trabajó como pescador y vendedor de frutas. Fue zapatero y aprendió de su padrino el arte de la jardinería. Instigado por su tutor —la madre había fallecido y abandonó la casa del padre— se inscribió en un curso de enfermería, y prestó servicios en Niquero y Mayarí Arriba. De la estancia en Granma, recuerda particularmente los días del ciclón Flora: «La cosa se puso negra, y la cerveza más nunca bajó de precio».

Arribó a la capital y logró matricular en la Escuela de Odontología. «En aquellos momentos —explica— la duración de muchos planes en la Educación Superior se redujo. De esta forma, se logró aumentar la cantidad de egresados, que luego reemplazaron a quienes habían abandonado el país tras la Revolución».

Su nombre aparece en el Libro de Graduados de 1967, junto a otros dos coterráneos: Moisés Máximo Fragoso Bauta y Eloísa Lidia Valdés Sánchez. Félix explica que, como necesitaban educadores en aquella etapa, comenzó a trabajar en el Instituto de Ciencias Básicas y Clínicas «Victoria de Girón».

Hizo el doctorado en Ciencias Médicas y retornó a la Facultad de Estomatología de La Habana junto a su esposa, la doctora Yolanda Bachá Rigal, con quien lleva 37 años de casado. Aunque estuvo comprometido en dos ocasiones antes de conocer a «Yola», todo parece indicar que a la tercera va la vencida. «¡Este sí es el último!», asegura, refiriéndose al matrimonio.

En 1984 fue nombrado Profesor Titular de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana (UCMH), y durante los años 90, cuando «estaba duro el mambo», ejerció de Decano en la Facultad de Estomatología y Presidente del Tribunal Permanente de Grado Científico en Ciencias Básicas y Biomédicas.

Los colegas lo llaman profe en señal de respeto; los más allegados amigos le dicen Compa. Bernardo Núñez Homero, docente de la Facultad, lo define como una leyenda viva: «Yo le digo a mis estudiantes que nunca dejen de preguntarle, de platicarle, porque estando a junto a él, siempre tendrán la oportunidad de aprender algo nuevo».

La obra de una vida

«Quien habla de Companioni no puede omitir la palabra historia. Esa es su adicción», cuenta Yolanda, la esposa. Félix dedicó varios años a investigar los orígenes de la odontología, y publicó el libro Contribución a la Historia de la Estomatología Cubana, en el 2000, que obtuvo el Premio Anual de Salud Pública. En el prólogo, Candín afirma: «Es el fruto de un autor dedicado a la docencia y la investigación (…); quien es un neófito, pero sí, con mucho interés por conocer los orígenes de nuestra profesión».

Dos años después viajó a Sudamérica, donde trabajó como Decano de la recién fundada Facultad de Estomatología de la Universidad Aquino-Bolivia. En diciembre de 2004, le fue otorgado el grado de Profesor Honoris Causa por dicha entidad. «Es un honor para nosotros, sus alumnos, recibir conferencias del único estomatólogo cubano galardonado con tal distinción», expresó Gabriela Alonso Gutiérrez.

Regresó a Cuba, y en 2005 obtuvo el grado de Doctor en Ciencias. Condecorado con el título de Investigador de Mérito por la UCMH, recibió nuevamente el Premio Anual de Salud Pública en 2014; esta vez, por el libro Anatomía aplicada a la Estomatología. El doctor Joaquín Urbizo Vélez, profesor de Patología de la UCMH, calificó al texto como «una herramienta de gran utilidad tanto para estudiantes de pregrado como de posgrado».

El 22 de diciembre de 2015, Félix Companioni recibió la categoría especial de Profesor de Mérito de la UCMH, «en reconocimiento a los relevantes valores docentes y científicos acumulados durante su fructífera vida profesional». Junto a él, se encontraban Yolanda, la esposa; y Alberto Eduardo, uno de los hijos, quien ha seguido los pasos del veterano educador.

El fin de una velada

La noche cae, y todos brindan a la salud de Félix Companioni. Están Yolanda, la esposa; Alberto Eduardo, su hijo; Alicia Torralba Vázquez, su nuera; y Loli, el hermano. Llegaron también los profesores Bernardo Núñez Homero e Hilda Peguero Morejón; Joaquín García Salabarría, director del Hospital Cira García; e Ileana Grau León, Decana de la Facultad. Su nieto de 15 meses, Alejandrito, corretea por la terraza, mientras es perseguido por la madre. «Ese es la candela», dice Félix.

Sentado junto a él está Homero Morán Gómez, uno de sus amigos pescadores. Candín le llama El Brujo, porque dice que cuando nadie pesca, él regresa con el bote cargado. Homero niega su condición sobrenatural, y afirma que Félix es mejor pescador. Asegura, además, que pronto se quitará el apodo, porque, desde hace tiempo, «los pejes están perdidos». Ambos sonríen y se dan palmadas en el hombro.

«Compa es un tipo querido y admirado por todos, hasta los colegas le llaman maestro. Creo que quien menos lo respeta de los que están aquí soy yo», comenta el viejo navegante, mientras una carcajada escapa de su boca.

Ya es de noche y algunos se marchan. Companioni los despide. Ha tenido la dicha de envejecer entre seres queridos. «De mis cinco hijos, cuatro han seguido mis pasos en el área de las Ciencias Médicas. Vamos a ver qué dicen mis nietos. Soy feliz, porque la familia siempre ha sido mi baluarte».

En menos de 48 horas volverá a los salones de la Facultad, a instruir a sus alumnos, y a custodiar uno de los mayores tesoros: el Museo de la Estomatología. Allí ha recopilado cientos de textos, fotografías, instrumentos y otras reliquias de la odontología cubana. «Cuando llegué, hasta las vitrinas se habían llevado. Poco a poco, y con la ayuda de muchos compañeros, he podido rescatar parte de la memoria de nuestra profesión», cuenta.

Aunque es calificado en ocasiones como historiador, no cree que sea un título acertado: «Me llaman así, pero no me considero como tal. Solo soy un apasionado de la historia».

La hora del retiro

Algunos sepreguntan hasta cuándo piensa seguir trabajando. Yoanis  Fernández Calderón, estudiante de Estomatología, piensa que «el profe» debería cuidar más de su salud y disfrutar la paz del hogar. Yolanda, la esposa, prefiere que Félix esté entretenido en la Academia: «Se siente inquieto cuando no está haciendo nada, es mejor que continúe en lo que le gusta: enseñar, investigar y leer».

Companioni se sienta frente al escritorio, en el museo, y desde allí lo ve todo, lo siente todo, lo oye todo. Recibe la visita de estudiantes, ex alumnos, colegas y cualquier curioso que entra, interesado en algún objeto de la valiosa exposición. Se prepara para impartir las conferencias y es seducido por el sabor del café.

—Profe, entre tantas investigaciones, conferencias, viajes, libros y familia, ¿cómo logra administrar el tiempo?

Durmiendo cuatro o cinco horas. Eso de las ocho horas no es para mí.

—Si naciera de nuevo, ¿volvería a elegir Estomatología?

Mira, yo no nací con un extractor de muelas en las manos. La odontología fue la carrera a la que pude acceder en aquellos momentos. Ahora la amo, pero mi sueño era ser cirujano.

—Imagino que piensa retirarse en algún momento…

Sí, ¡cómo no! En unos 24 años más, cuando llegue a los 100. O quizá un poco más tarde: el día en que me muera.

Pie de fotos: 1-El profesor Companioni ha sido uno de los artífices de la restauración del Museo de la Facultad de Estomatología, perteneciente a la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana; 2-En diciembre de 2015, Félix Companioni recibió la categoría de Profesor de Mérito de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, por su destacada labor en la docencia.
    


“MI VIDA ENTERA ES UN AULA”

“MI VIDA ENTERA ES UN AULA”

Enrique Pino Pino ve en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Félix Varela, de Mayabeque, su segunda casa, tanto así que alcanzó la edad de retiro y decidió volver a contratarse como profesor de Física

DARIÁN BÁRCENA DÍAZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Fotos: Del autor y cortesía de ENRIQUE PINO PINO.

7: 45 am. Suena el timbre y comienza otro día de docencia  en el Instituto Preuniversitario Vocacional de  Ciencias Exactas (IPVCE) Félix Varela y Morales, de la provincia de Mayabeque.

Los alumnos entraron al Laboratorio de Física donde -entre tizas, borrador e instrumentos- los esperaba un personaje enigmático dentro del claustro de maestros de la escuela: Enrique Pino Pino, con más de 45 años dedicados a la  “hermosa labor de enseñar”, como él mismo la definió.

En 1995, este hombre  aceptó el reto de fundar un centro educacional para estudiantes con vocación científica en la otrora provincia  de La Habana, y desde entonces permanece, contra viento y marea, en su “segunda casa”. Ya rebasó las siete décadas de existencia, pero decidió continuar enseñando -contrato mediante-, la teoría de la relatividad de la vida.

El profe Pino —delgado, de piel blanca, arrugada y con un espeso bigote― aclaró, gentilmente, que él no es ninguna celebridad. Lo interrogué sobre su infancia, y respondió como lo haría Enrique Chiquito en la Sombrilla Amarilla: “Ya empezó la preguntadera”. Luego soltó esa carcajada burlona y me devolvió la tranquilidad, no sin antes prohibirme el uso de alguna grabadora o cámara. Sería una conversación formal. Acepté, sin más remedio.

“Mi infancia fue muy difícil, como la de casi todos los cubanos nacidos en aquellos desventurados años, donde la violación de los derechos del pueblo era casi obligatoria y la pobreza económica muy grande”, declaró este pedagogo mientras sacudía de su pullover verde el polvo de la tiza, inseparable compañera desde hace más de cuatro décadas.

Sus padres, de condición humilde, siempre quisieron que Pino fuera maestro, sueño imposible de alcanzar, pues desde los cinco años limpiaba botas en el parque del Ingenio Mercedita (actualmente Consejo Popular Gregorio Arleeh Mañalich, perteneciente al municipio de Melena del Sur), para ayudar en los gastos de la casa.

Ilusionado con los deseos de estudiar, conoció a Nancy, una maestra recién llegada a la zona, y ella lo convenció para enseñarle por las noches las nociones elementales de la educación, lo que le permitió seguir ayudando en su hogar y educarse a la  misma vez. El triunfo de la Revolución lo sorprendió con 14 años, cuando ya había vencido los primeros niveles escolares.

Con las letras, la luz de la verdad…

En 1961se incorporó a la Campaña de Alfabetización y recibió una medalla por sus aportes. Pensó que así podría cumplir el sueño de sus padres, y, además, erradicar el analfabetismo en Cuba. Nilda Lucía Porbén Lazo, compañera de Pino en la cruzada por la educación, destacó que Enrique casi no descansaba, “la autopreparación y el acondicionamiento de las aulitas improvisadas le robaban casi todo su tiempo libre, y todos coincidíamos en que sería un estupendo maestro”.

“El 5 de noviembre del propio año, Fidel declaró a Melena del Sur Territorio Libre de Analfabetismo (sería el primero en Cuba y en América Latina), y los maestros de aquí se incorporaron a la contienda en el municipio de Güines”, recoge el Compendio sobre la Campaña de Alfabetización en Melena del Sur, documento que pertenece a Nilda Lucía.

Luego inició los estudios de magisterio y, al graduarse en 1967, empezó a trabajar en la Escuela Primaria Rogelio Perea Suárez, momento que evocó con gran nostalgia.

Todos los caminos  conducen al aula

Comenzó su doble turno de clases y extrajo del portafolio de cuero, testigo presencial y silente de muchas aventuras, un poema para compartir con el grupo, porque conoce que en estas horas tempranas, si empieza con el contenido sin conversar un poquito con “sus muchachos”, la magia de la clase saldrá volando por la ventana.

Uno de sus antiguos estudiantes, Samuel Martínez Alcalá, aún siente satisfacción de que Pino fuera su profe, pues “no solo enseñaba las Leyes de Newton, ni el Movimiento Rectilíneo Uniforme, sino que con esa voz peculiar daba los mejores consejos para solucionar  problemas personales. Yo esperaba con ansias cada turno de Física, cada poema o frase célebre, porque tenía la certeza de que el profe no me defraudaría”.

En ocasiones, Pino sintió deseos de tirar la toalla, porque percibió que “este es un oficio ingrato. Creo que los maestros en Cuba están subvalorados, la remuneración no recompensa el sacrificio que hacemos para que los alumnos aprendan y sean mejores seres humanos, mas confío en la llegada de tiempos mejores para todos. Eso sí, mi amor por la enseñanza no disminuye”, acotó.

Hace dos años se jubiló, pero decidió contratarse nuevamente, con guardias incluidas, porque después de tanto tiempo dedicado a la docencia no sabría hacer otra cosa, ni podría soportar la soledad de la casa.

“Escogí el magisterio porque es la única profesión que me hace sentir útil. Todavía me quedan fuerzas para seguir educando, y aunque soy viejo, tengo el corazón y la memoria jóvenes. Me burlo del calendario porque nadie mejor que un físico sabe que todo es relativo y si volviera a nacer, recorrería el mismo camino hasta llegar aquí”, dijo mientras tomaba del estante un pequeño cubo naranja con agua en su interior.

Comenzó a girar el artilugio a una velocidad asombrosa y para sorpresa de los presentes, del envase no escapó ni una sola gota. Otros intentaron imitarlo, pero terminaron bañados de pies a cabeza, mientras Enrique reía como un niño que realizó con éxito la picardía más tremenda.

A propósito de baldes con agua y personas mojadas, Alejandro Rodríguez Pírez, jefe del Grupo 9, los “Pinos Nuevos”, al decir del propio Pino, rememoró una ocasión en la que el pedagogo no salió muy bien parado.

“Resulta que la noche antes de su cumpleaños, el físico estaba de guardia en la escuela, y al día siguiente, cuando subió a despertarnos para la gimnasia matutina, abrió la puerta del dormitorio y quedó completamente empapado, mientras los responsables del diluvio le cantábamos felicidades y todos –incluido él-, reímos hasta el cansancio”, comentó.

Los dos turnos de Física concluyeron y salió del Laboratorio hasta la cátedra, bastante limpia y organizada para compartirla tres hombres. El fuerte aroma de café  recién colado lo invitó a sorber varios tragos y fumar un cigarro.  De momento contempló la foto que hay encima del buró, su mirada  traspasó el cristal, como quien intenta, sin lograrlo, arrancar del pálido papel esa imagen venerada que siempre lo acompaña.

“Era su único hijo –comentó alguien con voz entrecortada a mis espaldas, y no es otro que Pedro Jorge Hernández Álvarez, también maestro de Física-, murió hace varios años. Fue un momento muy difícil, y recuerdo que al día siguiente de los funerales lo teníamos aquí, dando guerra nuevamente. No me creo capaz de hacer algo semejante, pero evidentemente, él ve en esta escuela su casa”.

Salió del refugio para el parqueo y acarició a Rocinanta, su bicicleta china. Lo observé desde el segundo piso, acompañado por el director del centro, Samuel Soto Páez, quien refirió que el profe “no tiene paciencia para esperar por las guaguas. Por esa razón recorre diariamente en bicicleta, los 12 kilómetros que separan al IPVCE de su hogar.”

Era muy bueno, pero…

Enrique, a pesar de su carácter afable es muy exigente con los alumnos, “demasiado en mi opinión. Era muy bueno -comenta Lorena Torres Aguiar, ex alumna del veterano-, pero con los errores no entendía, aunque creo que en parte lo hacía para que fuéramos mejores. Imagínate que los días antes de sus exámenes, se quedaba en la escuela para aclararles dudas a los estudiantes, eso ya no lo hace nadie”.

Pudiera parecer una exageración, mas las notas de los discípulos lo confirman: Enrique Pino es el profesor con mayor número de suspensos en la escuela, pero para las pruebas finales creo que tiene una varita mágica, porque todos obtienen buenos resultados, aseveró Alfredo González Montané, secretario de la institución, mientras el profe sonreía pícaramente y se encogía de hombros diciendo “así debe ser”.

Víctor Daniel Santiago García, subdirector docente y jefe del Departamento de Ciencias Exactas apuntó: “Entre sus logros, Pino atesora la condición de vanguardia provincial durante cinco años consecutivos (2003-2008), además de resultados relevantes en eventos científicos. Cada cierre de curso escolar su nombre estaba entre los profesores más destacados del claustro”, como si fuera una tradición.

Tras un día extenuante, la noche no es mejor, pues le corresponde guardia en la escuela. Él no se preocupa, pues su casa está segura. Una vecina, Lourdes Martínez Estrada, la cuida como si fuera propia. “Me gusta ayudarlo, creo que soy la única en el barrio que se preocupa por Enriquito, los demás son muy desagradecidos, porque lo molestan para que repase a sus hijos, y nunca les ha cobrado un centavo”, sostuvo.

La vigilia transcurrió tranquila, solo matizada por sonidos de animales nocturnos que, sin proponérselo, trajeron a la memoria de Andrés Arocha Gámez, profesor de Química, los recuerdos de aquella madrugada en la que ellos dos emprendieron una carrera heroica detrás de un hombre que asolaba a la escuela con intenciones desconocidas. “Oye -recordó-, corrimos más que Usain Bolt. Bueno, corrió Pino, pues yo estaba recién operado. Él salió disparado, como si una velocidad superior a la de la luz lo impulsara, pero no pudimos darle alcance”.

Amanece. Tras la rutina diaria de gimnasia y  formación matutina, llegó a la cátedra, se sirvió café y bebió con desenfado. El reloj marcaba las 7: 45 am y, una vez más, los muchachos entraron curiosos al Laboratorio donde –entre tizas, borrador e instrumentos- los esperaba el profe. A simple vista su imagen reflejaba los avatares de la madrugada sin dormir, huellas  que no impedían apreciar esa mirada donde confluyen el magisterio y la ternura. Con suma satisfacción introdujo la mano en el portafolio de cuero, y extrajo -para variar-, un poema.

Pie de foto: Pino recorre diariamente en bicicleta los 12 kilómetros que separan la escuela de su hogar en el Consejo Popular Gregorio Arleeh Mañalich, porque “no tiene paciencia para esperar por las guaguas”.